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Esto es peor que los sismos de 2017: Guillermina Rebollar

31/3/2020

Verónica López Suárez

El daño económico causado por el coronavirus, cuya fase se encuentra en la etapa dos, rebasó los efectos negativos que provocó la contingencia por la influenza hace casi una década y los sismos de septiembre de 2017, consideró Guillermina Rebollar Gálvez, representante del restaurante de comida típica El Ranchito, uno de los establecimientos que permanece abierto en la zona del centro histórico, y que busca sortear los embates de la epidemia.

El restaurante fundado hace 67 años, se localiza en el corredor gastronómico San Francisco, un lugar de tradición en la capital poblana, al ser ahí donde se fundó la ciudad. Los propietarios se resisten a cerrar pese a que las ventas disminuyeron de manera considerable a partir de que se extremaron medidas de sana distancia.

Del establecimiento dependen 30 familias, y bajo su marca registrada, “resiste” como un lugar de tradición que incluye en su menú chalupas, mole, pipianes, cemitas, y que en medio de la contingencia se mantiene abierto al público bajo medidas que establecen autoridades sanitarias como la distancia de 1.5 metros entre mesas, desinfección de áreas comunes, higiene en instalaciones.

Guillermina Rebollar relata que desde 1953  -año en que se fundó el establecimiento- no ha visto una crisis similar; sortearon cambios de gobierno, movimientos sociales, el impacto por la crisis de influenza en 2009-2010, así como los sismos de septiembre en 2017, cuando se dañaron más de 36 mil negocios, de lo que la familia propietaria logró recuperarse.

“Ha sido muy fuerte. Pasamos por el tema de la influenza, se tomaron otras medidas; tras los sismos la gente fue solidaria y pedía comida, pero ahorita no se vio eso. Ahorita es más fuerte el cambio, drástico de un día para otro, no la vimos venir, ni estábamos preparados, y no solo nos afecta a nosotros, hoy se afecta al personal, a la gente que labora con nosotros”.

Pero el efecto por el coronavirus para el sector restaurantero fue inmediato, la gente dejó de visitar centros de consumo y se vive con la incertidumbre de cuándo se volverá a la normalidad.

De 300 comidas y cenas que a diario servían en El Ranchito, ahora “si bien nos va” se venden poco más de 30, por lo que el establecimiento recurrió a ofrecer servicios de comida al auto, llevar pedidos a domicilio y realizar promociones a través de redes sociales.

El impacto no solo es para el establecimiento, sino para toda una cadena que provee insumos, ya que también se redujeron compras e inventarios, a la espera de que las autoridades ofrezcan algún tipo de apoyo, ya los requerimientos de pago de impuestos no se detienen.

En medio de la contingencia, el restaurante poblano decidió donar alimentos que no se venden a las familias de los empleados, orfanatos, fundaciones o anexos cercanos, con tal de que la situación no les genere más pérdidas y apoyar a sectores vulnerables.

En la plática, Guillermina sostiene que su historia es solo una de cientos de establecimientos que atraviesan la misma condición en esta crisis, y reconoce que de seguir así sólo podrían operar dos semanas más y ya.

“Tenemos encima los impuestos, el agua, energía eléctrica, pero de apoyo no nos han dicho nada,  estamos a la espera de ver qué respuesta tenemos,  vamos a respetar lo que digan las autoridades, ofreciendo la comida a precios accesibles”, dice Guillermina con un dejo de preocupación.

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