20/6/2016
Vamos
por la vida tratando de sumar medallas a nuestro paso porque vanamente estamos
convencidos que eso nos hace triunfadores, nos reafirma que estamos en lo
correcto, que caminamos y abonamos a la verdad.
Todos
los días tenemos que vivir situaciones en las cuales se presentan diferencias
con los demás. Y si la perspectiva es sólo la competencia, nuestra visión está errada.
Las
diferencias con el otro llevadas a su
punto más alto en la escalada puede
llegar no sólo a la agresión sino también al conflicto… la contienda: unos
pierden, otros ganan. Así, nos colocamos en situaciones donde al parecer no hay
empates ni formas en las cuales todos ganemos.
Si
hacemos planteamientos egoístas y desembocamos nuestras relaciones de tal
manera que no quede rendija a la paz, entonces empezamos una espiral en la cual
la vorágine de violencia es imparable. Así se exterminan generaciones
completas.
Vivimos
en lo absurdo.
Frente
a esos callejones sin salida podemos y debemos echar mano de enseñanzas que se
han consolidado durante siglos. Es el caso del Aikido.
El aikido
es el camino de la energía y la armonía, de acuerdo con su etimología en
japonés. Es una disciplina espiritual y filosófica que desemboca en un arte
marcial útil para la defensa personal.
El
practicante del Aikido debe aprender a no ser lastimado por las ataques del
otro y en el proceso de defensa debe canalizar los embates de tal forma que
sean constructivos, que no lastimen al emisor ni a los de su alrededor.
Es tal
su visión pacifista que todas las confrontaciones deben acabar con la
neutralización de los ataques empleando la misma fuerza de quien los originó,
pero sin que esto se convierta en una agresión en sí misma.
Es
decir, si yo permito que los ataques del otro logren su propósito de
lastimarme, entonces no estoy haciendo correctamente mi trabajo porque además
de los daños en sí, el otro se perjudica al entrar en un contexto de ira, de
rencor, de egoísmo, de destrucción, que en el fondo en realidad es de
autodestrucción.
Si
quien me agrede, más allá de la diatriba que ocasionó la diferencia, se está
limitando, se está autoagrediendo, entonces yo no he sido capaz de revertir esa
actitud negativa en un contexto formativo y de paz.
A la
luz del vaivén cotidiano entre la perversidad pululante, todo esto que le vengo
compartiendo parece una postura tonta y obsoleta, pero no es así.
El
aikido ha demostrado su efectividad tanto en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo
como en la transformación de vidas y en la ejemplificación de que sí es posible
el establecimiento de sistemas más allá de la competencia y el egoísmo.
Por
ejemplo: ¿sabía usted que el aikido se ha mantenido ajena a las competencias,
los certámenes, las clasificaciones y las recompensas que lo único que hacen es
alimentar el ego?
Querido
lector, no sólo vale la pena conocer más del aikido, sino penetrar en los
profusos caminos de la autoformación a partir de la paz y el amor. ¿Se atreve a
andar ese camino?
@abelpr5
Doctor
en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com
|