27/12/2022
A
partir del inicio de la guerra comercial entre China y EUA en 2018 se
popularizó el término de nearshoring,
refiriéndose a la relocalización de la producción de empresas estadounidenses
hacia regiones más cercanas al país norteamericano. La contingencia del covid-19
aceleró este proceso de reestructuración de las cadenas productivas, poniendo
en evidencia los riesgos de concentrar etapas clave de procesos productivos en
regiones que se vuelven de difícil acceso cuando las redes de comercio se ven
obstaculizadas. Adicionalmente, el conflicto Rusia-Ucrania ha provocado que
empresas de países occidentales busquen reducir su dependencia de países
involucrados desde una perspectiva geopolítica.
En este
contexto, inicia la carrera entre países asiáticos y latinoamericanos buscando
atraer esta producción. Dada su localización geográfica, la integración
comercial con América del Norte y ser parte de un tratado comercial modernizado
como el T-MEC, México es un candidato natural en esta reubicación de procesos
productivos. La manufactura mexicana es de las más competitivas a nivel global,
particularmente en la industria pesada. Desde metálica básica hasta equipo de
transporte, México se encuentra en lo más alto en la clasificación de
competitividad, sólo después de China.
Si bien
es cierto que México ya puede observar una mayor demanda resultado de la
relocalización (16% de empresas encuestadas observaron incrementos en su
demanda resultado de la relocalización estadounidense, EMAER) los datos
muestran que México se encuentra lejos de liderar esta carrera. La mayor parte
de la producción que ha salido de China desde 2018 se ha quedado en países
vecinos del gigante asiático como Vietnam, Taiwán o Singapur.
Se
puede argumentar que las ganancias de México por la relocalización de empresas (nearshoring) se están quedando por
debajo de lo que debería obtener. En un ejercicio de simulación realizado por
BBVA Research en el informe “Situación Regional Sectorial México 2S22”,
analizamos el crecimiento de la economía bajo la hipótesis donde México hubiera
recibido la totalidad de flujos comerciales que han salido de China desde 2018.
Bajo
este escenario, la economía mexicana habría crecido 1.42% anualmente, y no
-0.40%; la manufactura habría crecido alrededor de 7% anualmente, en vez de
0.69%; y sectores de alta relevancia como Comercio Mayorista y Transportes
hubieran duplicado su crecimiento anual en este periodo.
Sin
embargo, en términos de infraestructura, no es claro si el país está realmente
preparado para una llegada masiva de capitales. Un ejemplo claro es el acceso a
la electricidad; la simulación sugiere que la demanda eléctrica se habría
incrementado alrededor del 25% con respecto a lo observado en 2020, requiriendo
un crecimiento anual de 1.64% entre 2018-2020, lo cual contrasta con el
crecimiento anual de -0.3% en este periodo. La realidad es que la construcción
de infraestructura eléctrica ha caído a tasas de doble dígito medido en
variaciones de la Enec desde 2019. Esto se ve reflejado en que durante este año
diversos medios han señalado proyectos de inversión cancelados o pospuestos por
falta de infraestructura eléctrica.
El
aumento de la capacidad de generación eléctrica y la modernización de la
infraestructura de transmisión y distribución son sólo el primer paso para
convertir a México en un receptor factible en este proceso de relocalización.
El país debe preparar su matriz energética para una expansión enfocándose en el
desarrollo de energías limpias que, además de ser más eficientes en términos de
costos, representan una mejora en términos de emisiones que en el mediano plazo
serán un requisito cada vez más relevante para las empresas.
Mientras
tanto, la carrera por la relocalización de empresas (nearshoring) continúa y México debe aprovechar esta oportunidad
histórica.
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