25/7/2022
La
inflación sigue siendo muy elevada a nivel mundial. En nuestro país ascendió a
8% en junio mientras que en Estados Unidos fue de 9.1%, algo no visto en cuatro
décadas y un nivel impactante en un país que llevaba más de una década con
inflación por debajo del objetivo de 2% de su banco central.
La
elevada inflación en la mayoría de países se explica por una serie de choques
de oferta producto de la pandemia: los cuellos de botella resultado de cierre
de puertos y menor capacidad en embarcaciones y transporte carretero por las
restricciones que impuso la pandemia, una menor producción de mercancías por
las medidas de distanciamiento social y por falta de personal debido a las
sucesivas olas de contagio y también por un rebalanceo en los patrones de
consumo de las familias que consumieron más bienes y menos servicios, que
resultó en un exceso de demanda de mercancías.
En el
caso particular de Estados Unidos, la inflación también se explica por
presiones de demanda derivadas de la serie de estímulos fiscales que
alimentaron el gasto, en particular la última ronda de 1.9 millones de millones
de dólares. A un panorama ya complicado se sumó la invasión de Rusia a Ucrania
que aumentó notoriamente los precios de los alimentos (ambos países producen
cerca de la mitad de la semilla de girasol y alrededor de una tercera parte del
trigo y la cebada en el mundo, además de un porcentaje importante de
fertilizantes) y de los energéticos (Rusia es un muy importante productor de
petróleo y gas). De hecho, la mitad de la inflación en Estados Unidos se
explica por los aumentos en energía y alimentos.
En el
caso de México, al ser una economía muy abierta la inflación se explica casi en
su totalidad por factores externos. En este sentido, no es posible argumentar
que el alza de precios también resulte de presiones de demanda cuando la
economía aún no logra recuperar el nivel de actividad de 2018 y en la que el
mercado laboral permanece con señales de debilidad: hay un déficit de 1.4
millones de empleos respecto a los que se observarían de haber continuado la
tendencia pre-pandemia, además de que el índice de condiciones laborales
críticas ha aumentado de forma notable. Hay incluso quienes sostienen que la
inflación se explica por presiones de demanda interna presentando como
evidencia el alza de los precios de los servicios (peluquerías, restaurantes,
etc.) que no se comercian internacionalmente, olvidando que estos también se ven
afectados por aumentos en energéticos, alimentos y de otros bienes.
En todo
caso, los niveles de inflación son preocupantes, en particular en los alimentos
pues son las familias de menores ingresos las que dedican un mayor porcentaje
de su ingreso a adquirirlos. Hay que recordar que incrementos en los precios
alimenticios fueron una de las razones que detonaron la primavera árabe en 2008
y que también están detrás de las protestas en Sri Lanka que terminaron por
derrocar al gobierno.
Hay
quienes creen que podemos ver un escenario similar al de los años setenta del
siglo pasado en que vivimos periodos muy prolongados de elevada inflación. Creo
que la comparación no es correcta pues en aquella época los bancos centrales,
en particular la Fed en Estados Unidos tardó años en reaccionar (no meses como
en esta ocasión). Adicionalmente, los bancos centrales (incluyendo al Banco de
México), ahora tienen un arsenal más potente para combatir los incrementos en
los precios que no existía entonces: mayor independencia, objetivos de
inflación, más transparencia y comunicación más efectiva. Además, algunos de
los choques de oferta, ante los cuales la política monetaria es menos efectiva,
se han empezado a disipar: basta recordar la preocupación por la escasez de
semiconductores el año pasado que se ha transformado hoy en un incipiente
problema de acumulación de inventarios de estos productos.
De
hecho, hay algunas señales que sugieren que la inflación puede estar cerca de
alcanzar su pico: precios de petróleo a la baja, empresas de comercio minorista
acumulando inventarios (que tendrán que vender a descuento), y una
desaceleración del consumo debido a que se han apretado las condiciones
financieras.
Es muy
aventurado afirmar que la inflación ya no seguirá subiendo. La gran mayoría de
los economistas hemos fallado en pronosticarla. Pero muchos factores sugieren
que, si bien seguirá alta por el resto del año, comenzará a bajar notoriamente
en 2023.
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