7/3/2019
El
primero de enero de 2018 entró en vigor la reforma fiscal del presidente Donald
Trump que, entre otros elementos, contiene una reducción en la tasa federal del
impuesto sobre la renta a empresas del 35 al 20%. Desde que la reforma se
empezó a discutir, comenzaron a surgir inquietudes en México acerca del posible
efecto que ésta pudiese tener sobre la inversión en nuestro país.
El
temor consistía en que, considerando que en México la tasa en cuestión es de
30%, las empresas podrían invertir más en Estados Unidos que acá y así
enfrentar una menor carga impositiva. De hecho, ese temor todavía subsiste. En
aquellos días muchas voces pedían que se redujera la tasa de impuesto
corporativo en México para hacer frente a la amenaza.
Cuando
se discutía la reforma de Trump, argumenté en estas páginas que ésta no iba a
resultar en una disminución significativa de la inversión y que, por tanto, no
era recomendable bajar la tasa corporativa en ese momento ya que ello
resultaría en una disminución significativa en la recaudación, cuestión que el
país no podía (ni puede) permitirse en un contexto de poco margen de maniobra
fiscal. Esto no significa que no es deseable pensar en una reforma fiscal
profunda que disminuya el impuesto sobre la renta a las empresas y que al mismo
tiempo aumente los impuestos al consumo y la base de recaudación, de tal suerte
que la disminución en la carga fiscal corporativa no resulte en menores niveles
recaudatorios.
Lo que
expliqué en aquella ocasión es que aún con la disminución de impuestos en
Estados Unidos, México seguiría siendo más competitivo que ese país en la
elaboración de manufacturas debido a los siguientes factores:
i)
México
tiene costos laborales significativamente menores a los de su vecino del norte
(una sexta parte);
ii)
en
Estados Unidos existe, además del federal, un impuesto corporativo a nivel
estatal cuyo promedio es de 6%;
iii)
la
depreciación del tipo de cambio real del peso significa que México es más
competitivo de lo que era antes de 2014 cuando comenzó dicha depreciación;
iv)
la
tasa de impuestos no es el único ni el principal factor que determina la
decisión de las empresas acerca de dónde invertir. Si lo fuera, ¿por qué no
vemos que toda la inversión en Estados Unidos se dirige a Wyoming (que no tiene
impuesto sobre la renta) en lugar de California, en donde es de 9%?
Ha
trascurrido poco más de un año y podemos tener ya una primera valoración acerca
del efecto de la reforma de Trump. ¿Ha migrado inversión de México a Estados
Unidos?
Hay
distintas formas de responder esta pregunta. Una (poco precisa) es a nivel
anecdótico. No tenemos conocimiento, por los reportes de prensa, de ninguna
empresa grande que haya decidido mover su producción de México hacia el norte
como resultado de esta reforma. Otra es analizando los datos de Inversión
Extranjera Directa (IED). Esta tampoco es precisa porque las estadísticas de la
IED se ven fuertemente afectadas por decisiones contables de empresas, como son
repartos de utilidades.
Para
analizar si México está perdiendo inversión física lo mejor es mirar a la
cuenta financiera de la balanza de pagos. Para ello, podemos observar la
evolución de la cuenta corriente (que es el inverso de la cuenta financiera).
Mientras que el déficit de cuenta corriente al cierre de 2017 fue de 1.7% del
PIB, al cierre de 2018 fue de 1.8%, lo cual indica que hasta el momento no ha habido
ninguna salida significativa de inversión real desde México, si acaso ha habido
una entrada.
Esto,
me parece, indica que el gobierno hizo bien el año pasado al no reaccionar y
bajar la tasa de impuesto sobre la renta a las empresas.
Creo
que para atraer más inversión habría que trabajar más en fortalecer el estado
de derecho, dar mayor certidumbre legal, y mejorar la infraestructura para
exportar mercancías a Estados Unidos.
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